El árbitro
El árbitro es arbitrario por definición.
Éste es el abominable tirano que ejerce su dictadura sin oposición posible y el ampuloso verdugo que ejecuta su poder absoluto con gestos de ópera.
Silbato en boca, el árbitro sopla los vientos de la fatalidad del destino y otorga o anula conquistas..
Tarjeta en mano, alza los colores de la condenación: el amarillo, que
castiga al pecador y lo obliga al arrepentimiento, y el rojo, que lo arroja
al exilio.
Los jueces de línea, que ayudan pero no mandan, miran de afuera.
Sólo el árbitro entra al campo de juego; y con toda razón se persigna al entrar, no
bien se asoma ante el público. Su trabajo consiste en hacerse odiar. Única
unanimidad del deporte: todos lo odian. Lo silban siempre y rara vez lo
aplauden.
Nadie corre más que él. Él es el único que está obligado a correr todo el
tiempo.
Todo el tiempo galopa, deslomándose como un caballo, este intruso
que jadea sin descanso entre treinta jugadores: y en recompensa de tanto
sacrificio muchas veces la multitud aúlla exigiendo su cabeza.
Desde el principio hasta el fin de cada partido, sudando a mares, el árbitro esta
obligado a perseguir la ovalada pelota que va y viene entre manos y pies
ajenos. Es evidente que le encantaría jugar con ella, pero jamás esa gracia
le será otorgada.
Cuando la pelota, por accidente le golpea el cuerpo interrumpiendo una acción del juego, todo el público recuerda a su madre. Y sin embargo, con tal de estar ahí, en el sagrado espacio verde donde la pelota vuela y rueda, él aguanta insultos, abucheos y maldiciones.
A veces, raras veces, alguna decisión del árbitro coincide con la voluntad
del hincha, pero ni así consigue probar su inocencia.
Los derrotados pierden por él y los victoriosos ganan a pesar de él...
Coartada de todos los errores, explicación de todas las desgracias, los hinchas tendrían que inventarlo a él si él no existiera.
Cuanto más lo odian, más lo necesitan.
(Gracias a la colaboración desinteresada)
El árbitro es arbitrario por definición.
Éste es el abominable tirano que ejerce su dictadura sin oposición posible y el ampuloso verdugo que ejecuta su poder absoluto con gestos de ópera.
Silbato en boca, el árbitro sopla los vientos de la fatalidad del destino y otorga o anula conquistas..
Tarjeta en mano, alza los colores de la condenación: el amarillo, que
castiga al pecador y lo obliga al arrepentimiento, y el rojo, que lo arroja
al exilio.
Los jueces de línea, que ayudan pero no mandan, miran de afuera.
Sólo el árbitro entra al campo de juego; y con toda razón se persigna al entrar, no
bien se asoma ante el público. Su trabajo consiste en hacerse odiar. Única
unanimidad del deporte: todos lo odian. Lo silban siempre y rara vez lo
aplauden.
Nadie corre más que él. Él es el único que está obligado a correr todo el
tiempo.
Todo el tiempo galopa, deslomándose como un caballo, este intruso
que jadea sin descanso entre treinta jugadores: y en recompensa de tanto
sacrificio muchas veces la multitud aúlla exigiendo su cabeza.
Desde el principio hasta el fin de cada partido, sudando a mares, el árbitro esta
obligado a perseguir la ovalada pelota que va y viene entre manos y pies
ajenos. Es evidente que le encantaría jugar con ella, pero jamás esa gracia
le será otorgada.
Cuando la pelota, por accidente le golpea el cuerpo interrumpiendo una acción del juego, todo el público recuerda a su madre. Y sin embargo, con tal de estar ahí, en el sagrado espacio verde donde la pelota vuela y rueda, él aguanta insultos, abucheos y maldiciones.
A veces, raras veces, alguna decisión del árbitro coincide con la voluntad
del hincha, pero ni así consigue probar su inocencia.
Los derrotados pierden por él y los victoriosos ganan a pesar de él...
Coartada de todos los errores, explicación de todas las desgracias, los hinchas tendrían que inventarlo a él si él no existiera.
Cuanto más lo odian, más lo necesitan.
(Gracias a la colaboración desinteresada)
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